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jueves, 8 de marzo de 2012

La Celestina.


“CELESTINA, la Tragicomedia” se ha estrenado el 1 de marzo en el Teatro Calderón de Valladolid. Posiblemente sea éste el trabajo más elaborado y ambicioso en el sentido artístico de cuantos haya desarrollado Atalaya en sus casi tres décadas de trayectoria, y supone una culminación a las misma. No en balde el número de ensayos supondrá un record: 145 días desde que comenzara el proceso en mayo del pasado año.
El texto del autor anterior a Rojas y las dos versiones añadidas de éste suman más de 60.000 palabras que se han reducido a una quinta parte, dejando la magia de la obra y la fuerza fonética del texto originario, de manera que el espectáculo no exceda de las dos horas.
El grotesco, la crueldad, la magia y el rito -tan inherentes al lenguaje de Atalaya- marcarán el tono de esta puesta en escena protagonizada por Carmen Gallardo -una de las más carismáticas actrices del teatro andaluz- que hace 25 años fue elegida actriz revelación de la temporada teatral en Madrid y aquí alcanza su plena madurez, con un personaje que parece creado para ella, pleno de comicidad, poderío y fuerza emocional.
Tras los premios y excelente acogida de crítica y público a Ricardo III ésta será la segunda entrega de la trilogía de Teatro del Siglo de Oro, justamente con la obra que da inicio a dicha época. Si la trilogía de las heroínas de la Tragedia griega -Elektra, Medea y Ariadna- supuso para Atalaya la consolidación de su lenguaje coral, esta segunda trilogía supone un salto en la creación de personajes universales y en el dominio de la técnica de la palabra poética.
El propósito de este proceso de montaje es que se le pueda aplicar la crítica recibida por Ricardo IIIrespecto a su rigor y a la vez su carácter innovador: “Gracias a una aplicación rigurosa e inteligente de planteamientos teatrales de vanguardia, Atalaya consigue la paradoja de renovar escénicamente a Shakespeare desde un respeto esencial al texto para que sea más él mismo; para que el espectador pueda descubrir su violencia y su ambigüedad poéticas en estado puro. La obra constituyó todo un espectáculo en el sentido más elevado de la palabra, puesto al servicio de un clásico. La impresión final era ésa: la emoción profunda de haber asistido a la representación de un clásico”

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